¡Qué tardes las del primer año!

Hoy os traigo otra nueva entrega de “anécdotas para recordar”, aquellas que pasarán a la historia churrera, y formarán parte de nuestros activos más preciados. Y es que hace tiempo que buscábamos un canal idóneo para poderlas explicar y compartirlas con todos vosotros, y este blog, en este momento, es el ideal para hacerlo.

El otro día, uno de mis compañeros me envió una foto por Whatsapp en la que aparecíamos los “churreros mayores” en la antigua casa de Puy, cerca de la Sagrada Familia de Barcelona, con su gato negro (un poco malo era), y la verdad es que me transportó directamente a hace más de 8 años, cuando empezábamos a montar las fiestas. La operativa todos los domingos de Churros con Chocolate era casi siempre la misma. Yo iba en mi coche Seat León a casa de Puy, porque nos encontrábamos todos allí, y porque mi coche era nuestro medio de transporte principal, aunque luego empezamos a alquilar una furgoneta más grande para poder hacerlo todo de una vez. Solía dar mil y una vueltas intentando aparcar por la zona, muchas veces sin éxito. Alguna que otra vez me daba por vencido, y me quedaba en el coche en doble fila justo en frente del portal del piso de Puy, esperando hasta la hora de la carga del material. Cuando daba tiempo, comíamos algo rápido, normalmente unos spaguetti con tomate que no me acuerdo ahora muy bien quién preparaba, pero estaban malísimos, y nos poníamos manos a la obra con los últmos detalles del montaje o cualquier manualidad que quedase por hacer. Nos tomábamos un café y empezábamos a cargar el coche con todo lo que pudiéramos (y más) para irnos hacia la sala. Unos nos metíamos en el coche en plan sardina, otros se iban en metro con las figuras y decoraciones grandes que no cabían. Todo lo recuerdo como si fuera ayer mismo. ¡Y mira que ha llovido! Hace poco vendí el coche después de muchos años y pude comprobar que aún quedaba rastros de purpurina de esas primeras veces de montaje churrero, además de otros restos que fui encontrando debajo de los asientos y rincones del maletero: grapas, restos de pintura, cofetti, etc. También conservamos, y aún utilizamos, el carrito de la compra en el que transportábamos los termos, o la mesa de mezclas de Puy, o las banderolas de la decoración. Aún sigue rodando del nuevo local al Apolo y del Apolo al local, más viejo, pero sin quejarse.

También recuerdo de nuestros inicios en el Freedonia del Raval, cuando éramos quizá 20 o 30 personas máximo, que colocábamos mesitas y sillas en la pista por si la gente se aburría y quería sentarse a merendar. Visto en perspectiva, no entiendo muy bien qué nos motivaba a hacerlo así, pero bueno, lógicamente al final esas mesas hacían su función de guardarropa super bien. Luego cuando molestaban a los más bailongos pues las retirábamos y… listos!.

De la época Freedonia, que fue nuestra primera temporada completa de noviembre de 2011 a julio de 2012, recuerdo sobre todo los primeros encuentros con gente “nueva”, a parte de nuestros propios amigos más fieles que venían cada mes, de los primeros problemas técnicos, que un foco se descuelga, que un altavoz se cae y se apaga, que el aire no tira, que el lavabo se ha embozado, que no quedan cervezas, que hay una gotera, que nos han robado otra Raffaella de cartón, que ya no bebo más que tenemos que volver en coche,… Éramos tan pocos entonces, que luego nos íbamos todos a algún chino o pizzeria del Raval a cenar juntos y a descansar, que por la mañana teniamos todos que levantarnos pronto para ir a trabajar, que era lunes. Hay cosas que no han cambiado, eso sí.

Debo recordar que en el Freedonia también hubo lugar para la música electrónica, techno y electro más underground, ya que cuando Coque al final pudo abrir la sala interior de su famosa Asociación Cultural de la calle Lleialtat de Barcelona, en lo que fue nuestra última fiesta allí, quisimos ofrecer esta alternativa a nuestros asistentes. Fue esa nuestra última visita al local que nos vio nacer. Petardeo en la sala de la entrada, bombo y platillo en la “sala bakala” de dentro. Como si estuvíeramos ya proyectando la fiesta de años después… Entre medio, mucha gente, mucho sudor, una piscinita hinchable llena de agua, cola en la calle, calor, risas, roces, cantes, bailes, gritos, jolgorio, la vecina que se queja… ¡Qué tiempos aquellos!